Caía
en las tardes con pavor su perdón, en cada repetición…
había dejado de ser,
mientras reencarnaba en su mano el corazón, mientras despejaba los cielos del
paraíso un susurro incógnito,
la pureza de su ritmo, sabe dios, acompasando el roce de mi espíritu automático
destrozando de divinidad su atentado.
El extremo de su planeta era lo
suficientemente cercano como para atravesarlo por el salón y recorrer todo su
color. En el placard pendían las caretas de humanoide y se olía perfume a ETs.
Nada me había confortado muriéndome, pudriéndome y restableciéndome al servicio
con furor. En la materia, mi materia de inconsistencia no me ha abandonado su
toque incivilizado o su desprecio por mi don. Tanto me sumerjo como me quejo y
despisto, insisto.
Los fines del invierno me han depositado
siempre en este sitio.
Me
refriego los ojos y engordo, mientras sorbo un tetón final.
Su
tema le teme a mi no tema y se pierde el tema real o su temor, tenor. Aquí que
me embriaga, mamido. Haber superado tamaño desafio.
Dentro mio, sigo, persigo. La esencia de
mi marido,
el
esquema universal y su sistema solar de luz que primero me confunde, me funde y
chispea prometiendo iluminación. Destruyendo cada pequenia impresión, hasta una
vocal fuera de lugar sonando inaceptable.
Tenso
su perfeccionismo de dios como una cuerda,
el
mandato ciego que salva mi alma.